Jose M. Cárdenas Contreras
Jose M. Cárdenas Contreras

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  ROMANCE

    ENCADENADO

 

" Por una poesía libre."

 

 

Acabamos de nacer,

 

la vida ha comenzado,

 

y ya debemos saber

 

por aquellos enterados

 

que no existe otro perder

 

que el estar enamorado.

 

 

 

 

 

No quisiera ofender

 

a aquel que haya enfermado,

 

ya que si se ha de ofrecer

 

castigo al mas bien hallado

 

sin duda podréis creer

 

yo sería el más castigado.

 

 

 

 

 

De tierras catalanas es,

 

de alto tallo refinado,

 

y ojos negros para ver

 

que lo que Dios le ha otorgado

 

es un cuerpo de mujer

 

que en mi alma se ha clavado.

 

 

 

 

 

Oscura y suave es su piel,

 

dulce rostro engalanado,

 

de blandos labios de miel

 

que si yo hubiera probado

 

ni al más rico clavel

 

se habrían aproximado.

 

 

 

 

 

En su mirada ha de haber

 

lo que nunca se ha encontrado,

 

algo que debe tener

 

sustancia de envenenados

 

por ser lo que al parecer

 

lo que a mí me ha enamorado.

 

 

 

 

 

Por un frío amanecer

 

bella flor ha marchitado,

 

lo que nadie ha de saber

 

y bien sabe el Dios amado

 

es que haría renacer

 

todo lo que ella ha tocado.

 

 

 

 

 

Con la muerte toparé

 

algún día no lejano,

 

no me importa, moriré,

 

si por ella me ha matado

 

sé que no la olvidaré

 

pues por ella yo he luchado.

 

 

 

 

 

Una historia os contaré

 

que yo mismo he presenciado,

 

sinceramente os diré

 

que ni al hombre más odiado

 

jamás le desearé

 

lo que a mí me ha pasado.

 

 

 

 

 

Aquella noche pude ver

 

cómo un hombre espabilado

 

al que ella podría querer

 

hizo arte de villano

 

y se hizo del poder

 

cuando a ella había besado.

 

 

 

 

 

¡No sabía lo que hacer!,

 

¡Él me la había quitado!,

 

me lo hacía merecer

 

por el tiempo tan tardado

 

en que habría de enloquecer

 

y quedar paralizado.

 

 

 

 

 

 

II

 

 

 

 

 

Flor amarga del recuerdo,

 

día en que todo comenzó,

 

aún hoy día me sorprendo

 

como a ella sorprendió

 

aquel loco pensamiento

 

que a los dos nos alejó.

 

 

 

 

 

No recuerdo bien el tiempo,

 

algo hacía de calor,

 

todo era aburrimiento

 

por aquel alrededor

 

y encontré entretenimiento

 

en unas cartas de amor.

 

 

 

 

 

Poco a poco fui leyendo

 

las hojas de aquel montón

 

que con todo sentimiento

 

y un enorme corazón

 

había estado escribiendo

 

ese alguien que no era yo.

 

 

 

 

 

Cuando aquello estaba haciendo

 

fue mi mente y se acordó

 

de que había un caballero

 

que también se enamoró

 

de mujer de gran estruendo

 

y ese sí que era yo.

 

 

 

 

 

Sin creer un mal momento

 

para hacer lo que pasó

 

cogí un simple lapicero

 

que en mi vista se cruzó

 

y copié sin gran esfuerzo

 

lo que antes se leyó.

 

 

 

 

 

No valían más lamentos,

 

ni oscuros días de sol,

 

por fin tenía que hacerlo

 

y el momento apareció

 

de expresar mis sentimientos

 

a mi más sentido amor.

 

 

 

 

 

Mi tensión fue creciendo

 

cuando el tiempo transcurrió

 

al igual que un frío invierno

 

en mi mente se postró

 

cuando estaba amaneciendo

 

y vi que el sol no salió.

 

 

 

 

 

Lo que estaba sucediendo

 

no es tal como se esperó,

 

si una vez que la iba viendo

 

se volvió y me saludó

 

¿Por qué ahora se iba huyendo

 

y la cara me volvió?

 

 

 

 

 

Aquello era un infierno,

 

¡Qué digo! sino un horror,

 

mal la cosa iba saliendo,

 

si la carta se mandó,

 

claro acontecimiento

 

fue el que ella la recibió.

 

 

 

 

 

Si por ella andaba muriendo

 

y vivía con temor

 

he logrado en el intento

 

haciendo gala de mi honor

 

lo del darme ya por muerto

 

y enterrado con horror.

 

 

 

 

 

 

III

 

 

 

 

 

Y algo existe en mi cabeza

 

que van a dar al camino

 

en que vive la tristeza

 

de aquellos recuerdos vivos

 

que por falta de viveza

 

ya hoy por hoy están dormidos.

 

 

 

 

 

Dichosa y bendita flecha

 

que me dejó malherido

 

de aquella fina belleza

 

de carácter bien sencillo

 

de la cual nació esa fuerza

 

que posee el Dios Cupido.

 

 

 

 

 

Ya hoy la luna que platea

 

y ayer el sol dando brillo,

 

sin saber lo que desea

 

hablo alto, pienso y grito

 

que aunque el sol mañana vuelva

 

yo a la luna ya habré visto.

 

 

 

 

 

Y algún día saldrá ella

 

luciendo blanco vestido

 

por la tan oscura puerta

 

que otras veces ha salido

 

sin tener menor sospecha

 

de al que tanto habrá herido.

 

 

 

 

 

En la iglesia alguien la espera,

 

que nunca habrá sabido

 

que ese oro que se lleva

 

y que al fin ha conseguido

 

otro hombre lo respeta

 

y más que él lo habrá querido.

 

 

 

 

 

Pero si esto ocurriera

 

tal y como yo lo digo

 

y diré hasta la fecha

 

para entonces me habré ido

 

y cuando al fin anochezca

 

ya todo habrá sucedido.

 

 

 

 

 

Triste queda la maceta

 

porque el rojo clavelillo

 

que tronchado y mustio queda

 

soltó el último suspiro

 

por aquella azucena

 

que tanto había querido.

 

 

 

 

 

Y partió la gran carreta

 

sin dirección ni sentido,

 

pero sí pintada en negra

 

en señal de lo sufrido

 

por la vida ya tan muerta

 

de aquel triste clavelillo.

 

 

 

 

 

Y aún vive hermosa princesa

 

en un pequeño castillo

 

en el cual se siente presa

 

por lo mal que ha vivido

 

la inesperada sorpresa

 

del clavel que se ha extinguido.

 

 

 

 

 

Pero allá en la rosaleda

 

un clavel ha renacido

 

y la princesa que observa

 

al príncipe convertido

 

ve que en forma de azucena

 

su cuerpo ha recaído.

 

 

 

 

 

 

IV

 

 

 

 

 

Los rayos de sol ya lucen

 

y reflejan los trigales,

 

allá los campos que tuve,

 

acá espinosos rosales,

 

y entre ellos niña dulce

 

que más que yo no hay quien la ame.

 

 

 

 

 

Madrugada de un lunes

 

que entre las oscuras calles

 

con la luna entre las nubes

 

y un sin fin de detalles

 

procesionan ataúdes

 

cubiertos de rosales.

 

 

 

 

 

Dos de ellos llevan cruces

 

e inscripciones laterales

 

que frente a ellas me detuve

 

siendo éstas infernales

 

cuando hallé una leve lumbre

 

y leí aquellas frases:

 

 

 

 

 

"Esta sábana ya cubre

 

entre amargas soledades

 

y un alma ya en las nubes

 

el cuerpo de la que yace,

 

siendo ella sin que se dude

 

la hermosa Pérez Ibáñez".

 

 

 

 

 

Blanco y pálido me puse

 

al ver su nombre en grande,

 

siendo el miedo aquel que tuve

 

como furia ya implacable

 

cuando supe lo que supe

 

y leía el otro mensaje.

 

 

 

 

 

Como muerte que produce

 

el veneno ya en su sangre

 

sé que el cuerpo que conducen

 

hacia desiertos parajes

 

es el mío que no sufre

 

porque quiero que descanse.

 

 

 

 

 

Niña de tantas virtudes

 

que exista nadie lo sabe,

 

y si un día se descubre

 

por uno de esos lugares,

 

todas las que ésta reúne

 

no creo que la otra acapare.

 

 

 

 

 

Por sus rasgos tan comunes

 

y la belleza que le invade,

 

por su fragante perfume

 

y lo tanto que me atrae,

 

sé por mucho que se busque

 

que como yo no hay quien la ame.

 

 

 

 

 

Como pobre que recurre

 

a sabrosos paladares

 

es mi amor el que ahora acude

 

hacia gustos similares

 

sin que nada le preocupe

 

al tratar que nada escape.

 

 

 

 

 

Y allá en los cielos azules

 

tan grandes y abismales

 

recuerdo una vez que estuve

 

entre dioses infernales

 

a una luna que ya luce

 

porque al fin todo se acabe.

 

 

 

 

 

 

V

 

 

 

 

 

Aún sueño con que ella me ama,

 

y volando hasta mi mundo

 

donde está aquella montaña

 

observamos los dos juntos

 

a ese sol que ya se marcha

 

sin su amor y con su rumbo.

 

 

 

 

 

Pero el sol nunca se cansa,

 

porque el día que rompa el muro

 

que hasta entonces le separa

 

serán dos lo que fue uno

 

y verá a la luna blanca

 

como nunca vio ninguno.

 

 

 

 

 

Pero él siente que fracasa

 

porque el día ya es oscuro

 

y es la luna la que abrasa

 

cuando es el momento justo

 

en que llega a la montaña

 

y se encienden los carburos.

 

 

 

 

 

Si la Tierra no rotara

 

y parara al fin su curso

 

ambos astros cara a cara

 

templarían ya sus humos

 

cuando el sol a ella quemara

 

y él muriera de disgusto.

 

 

 

 

 

Y allá queda la montaña

 

junto a aquel que fue mi mundo,

 

sin saber si ella me ama,

 

sin amor ni sol ni rumbo,

 

sólo ver que ella se marcha

 

y que ya no estamos juntos.

 

 

 

 

 

Se terminan mis palabras,

 

ya me quedo medio mudo,

 

es quizás que todo acaba

 

o tal vez yo me derrumbo

 

por corazón que se para

 

asfixiado por un puño.

 

 

 

 

 

La escopeta se dispara

 

hasta este lugar que ocupo,

 

si esa bala me alcanzara,

 

como pueda no procuro,

 

con quietud y gran templanza

 

aseguro que la cruzo.

 

 

 

 

 

Pero basta de matanzas

 

con tristezas y verdugos,

 

ya que al fin es mi garganta

 

con mi pesar fino y duro

 

los que ya juntos alcanzan

 

sobrepasar mi alto orgullo.

 

 

 

 

 

Y es que existe tal muchacha

 

cuan hermosa nunca hubo

 

que si Dios la contemplara

 

por instante de un segundo

 

pecaría su mirada

 

y al infierno iría seguro.

 

 

 

 

 

Y es que a ti Montse del alma

 

sin que nada sea confuso

 

sin maldad que exista o haya

 

te diré con mucho gusto

 

que estas rimas ya acabadas

 

para ti Dios las compuso...

 

 

...y por mí van dedicadas.

 

 

 

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© José Manuel Cárdenas Contreras